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BIOGRAFÍA

18:20 (Greenwich)


Existo

como existe un descampado en el recuerdo

o existe una leve tristeza que rasgamos al atravesar la tarde.

Existo como esas tenues presencias que transitan en la acera

o el súbito fluir del tráfico en su devenir intermitente.

Existo como el ímpetu con que se apresuran sus zancadas,

sus zarpazos imposibles contra el inevitable ascenso de las sombras,

o como existe mi figura recorriendo la avenida,

excavando una fosa hasta ocupar sus fértiles tejidos,

los motivos que al partir se han olvidado.

Existo para desmentir la carne de la desmemoria y la razón del desaliento,

para explicar que nada ha de saldarse en una sima de abandono;

para que lo piense, entienda y agradezca.

Y para que entienda que existo

porque no existía.

Nací en Madrid en 1971 en el seno de una familia de bioquímicos. Mis pasos parecían encaminarse hacia la Zootecnia como Ingeniero Agrónomo Superior, estudios en los que me titulé. Sin embargo, contra todo pronóstico, acabé vinculándome vocacionalmente con la poesía, como si el rigor científico y la libertad expresiva de la literatura fueran, en mi caso, dos fuerzas destinadas a encontrarse. Creo, de hecho, que la poesía que he escrito mantiene un equilibrio entre la observación y la emoción, entre la precisión y el misterio, entre lo efímero y lo perdurable, y aspira a desvelar lo trascendente en lo concreto. Desde hace veinticinco años trabajo como consultor en tecnología (sobre todo como desarrollador de software), y me quedan pocos créditos para graduarme en Lengua y Literatura Españolas. A veces lamento no haber ejercido como zootecnista, porque siempre he sentido fascinación por los animales. Lo entregan todo para que podamos seguir viviendo y por eso merecen el mejor trato posible. Como con cualquier otra cosa, esto se consigue implicándose. No soy capaz de leer en la cama, así que en mi mesilla de noche sólo hay guías de aves para acompañarme mientras espero el sueño. No oculto lo que significaron los pájaros en mi infancia.

Advierto en los libros que he escrito una búsqueda indisimulada de lo esencial de la realidad en las circunstancias y contextos cotidianos. No sé hasta qué punto esto puede llegar a ser algo habitual entre los poetas, pero en cualquier caso nunca he deseado ser original en esto. Sea como fuere, no he logrado que me interese escribir de otra manera y seguramente a ello se deba que cada vez me perciba más como un poeta, aunque apegado a la imagen y el lenguaje, de raigambre existencial. Sólo añadiría que cuando escribo necesito pensar en la compañía del lector para compartir y dialogar con él. Por eso aprecio cuando los poemas convocan alguna forma de presencia.

En los primeros años como poeta, mis textos a menudo perseguían explorar el valor de lo ordinario en los entornos urbanos. El primer poemario, Los ojos de tu nombre (Huerga & Fierro, 2004) quiere invitar, en estos ámbitos, a la contemplación y a la conciencia, perspectiva que se ha ido expandiendo y ramificando en cada obra. No en vano, una tercera parte del libro sucede en un coche. Ángel Guinda lo expresó a su manera durante la presentación en el Círculo de Bellas Artes al referirse a estos poemas: «leerlos es comprobar que se abre una ventana a lo invisible, a tantas cosas que, de tan reales, presentes y cercanas, apenas vemos porque no las miramos con los ojos del espíritu, porque no las tocamos con los dedos del alma». En SFO (Renacimiento, 2013), un poemario junto a fotografías de José Luis R. Torrego sobre la ciudad californiana, trazo un cierto mapa de las inquietudes y preocupaciones que nos son propias, aprovechando la síntesis de la idiosincrasia actual que simboliza la metrópoli. Y lo hago a partir de la interacción entre imagen y palabra. Por eso agradezco que el volumen tuviera su refrendo durante un tiempo disponible en forma de app en Apple Store y participara en la exposición de PhotoEspaña 2018 La cámara​ de hacer poemas en la Biblioteca Nacional, así como el recorrido que tuvo en Estados Unidos a partir de su edición bilingüe (SFO, Pictures and poems about San Franciscotrad. Korbin Jones, Tolsun Books, Arizona, 2019), donde agotó tirada y fue acogido en la biblioteca de la mansión institucional del gobernador de CaliforniaCero (Renacimiento, 2014), con ilustraciones de Luis Ruiz del Árbol (fromthetree), supone un punto de inflexión, y por eso a la vez de llegada y de partida, ya que en él siento consolidado el camino, el estilo y la visión de la poesía que me acompañaron hasta entonces. Considero que se trata de un volumen con ambición panóptica, tensión celebratoria y cierto aroma «intempestivo y radical (en el mejor sentido)», por emplear las palabras de Álvaro Valverde en su contraportada. Mi último título publicado, Greenwich (44º Premio Ciudad de Irun, Algaida, 2021), pretende ser una meditación sobre la insólita vibración de lo ordinario y la capacidad privilegiada de la palabra poética para nombrar esta extraordinaria singularidad cotidiana. Un libro que «crea hogar, como las iglesias y las librerías», en palabras de Beatriz Russo en Zenda Libros. Pienso que en él he vuelto a mi primer poemario, pero desde una posición en la que estoy mucho más presente y en la que exploro también una vía de índole afectivo, bastante poco transitada hasta este momento. 

También hay poemas míos en muchas revistas y en algunas antologías que aprecio, valoro y apoyo. Aunque esto último no es algo de lo que suela hablar, ya que estamos comentándolo casi todo, lo recogemos. También porque por aquí me han pasado anédotas curiosas, como ser traducido al eslovaco (para la Universidad de Nitra) y al asturiano.

Asimismo, he desarrollado una labor crítica y divulgadora de la poesía y sus materiales sedimentarios a partir de más de un centenar de textos dispersos entre prólogos, traducciones, reseñas, estudios, artículos y entrevistas en diversos medios, revistas y libros en español (Bartleby, Encuentro, Polibea, Sapere Aude, Valparaíso, entre otras) y ediciones bilingües italianas (clanDestinoFili d'aquilone) o El Cuaderno (Trea), donde he llevado a cabo, durante tres años, una aproximación al columnismo literario. También he sido editor en el ámbito digital como fundador y director de la revista Ibi Oculus para la editorial Encuentro (2008-2018). Y he dedicado parte de mi esfuerzo a la promoción de espacios de lectura, análisis y discusión, como lo fue, entre otras iniciativas, la tertulia poética Esmirna (2007-2012) que fundé y dirigí junto a su impulsor, el escritor Pedro Antonio Urbina, y el poeta Juan Meseguer. Se llevaba a cabo en el pub Joyce de Madrid, sobre el mismo enclave que acogía la histórica tertulia de la Ballena Alegre en los bajos del Café Lyon. Publiqué una antología, Avanti. Poetas españoles de entresiglos XX-XXI (Olifante, 2009), que ofrece una panorámica de la evolución poética en España de las dos generaciones que me han precedido, con una selección de autores que reflejan su diversidad de tendencias y enfoques. Veo este libro como un ensayo inacabado o como unos apuntes a partir de los criterios de selección, la presentación de los poetas y las notas finales, donde se señalan asuntos —más allá de las mencionadas sensibilidades líricas— que admiten desarrollarse.

Voy compartiendo lo que hago y lo que me interesa en esta página web y en algunas redes sociales (Instagram, Facebook, X, Youtube, iVox), y he participado en eventos internacionales y festivales. De todos ellos, recuerdo con mucho afecto el festival Amo Bolonia, en la ciudad italiana, el festival hispano-irlandés The Well, en Madrid, mi lectura en el ciclo El Latido, que celebrara el Instituto Cervantes de Roma y la participación en La Semana del Libro, en Ginebra. Intento implicarme en lo que me proponen siempre que sea posible, por eso he disfrutado en tantos encuentros en librerías, bares, plazas, garajes, casas, parques, bibliotecas, universidades y teatros. Guardo un recuerdo muy especial de iniciativas de la ONG CESAL (Equipaje de mano) y CatenArt (Image and Word). Nunca dejo de sobrecogerme cada vez que participo en algún taller de literatura en uno de los presidios de área de la Comunidad de Madrid. Si no queremos convertirnos en burócratas o mercachifles del trasiego lírico, la única lectura que como poetas no debemos hacer es la de los logotipos. Sinceramente creo que uno no puede decirse poeta hasta que no le piden un poema para un cumpleaños y lo hace.

Me han sugerido incluir aquí un resumen más extenso de mi trayectoria y he elegido hacerlo en primera persona. Tenemos demasiado interiorizado que para que alguien se presente es preferible una mirada ajena y en tercera persona, porque pensamos, con razón, que así el dibujo será más objetivo. Sin embargo, lo cierto es que a menudo funciona la lógica del simulacro, como expresara Baudillard, uno de los teóricos del fenómeno posmoderno. Según esta perspectiva, somos pura imagen y representación, también para los que nos ven. Los de mi generación somos hijos de esta mentalidad inexistente —pues la posmodernidad nunca ha aceptado formularse a sí misma—. Pero si queremos enterrar del todo esta dinámica interpretativa varada en el subjetivismo (y en este propósito renovador la inercia social lleva dando palos de ciego algunos lustros) debemos afrontar lo real buscando siempre lo auténtico y actuar en consecuencia. Por eso, mostrarnos sencillamente como somos permitirá que los demás nos perciban como corresponde a la realidad sin demasiado esfuerzo. 

Aunque creo haberlo expresado aquí ya de otra manera —y a eso me he entregado durante más de veinte años de dedicación poética— lo real es portador de factores en fuga, pero operantes. No me puedo alargar más. Creo que lo más honesto es concluir reconociéndolos y reconociéndome en ellos. Esto, en mi experiencia, coincide con vivir acechando el infinito que aguarda ser descubierto en mí, los semejantes, el mundo más allá. 

Inflexión (Cero)



Cuanto tengo es un espejismo de días ofreciendo su lomo, a veces pacífico, a veces encrespado. El futuro no existe, porque sucede como una proyección que se desmiente o se confirma en el empedrado del presente, en el triángulo de lo que acontece. Todo empieza y acaba en un mismo lugar. En la geometría del tiempo cuya formulación porta los enigmas de la arquitectura humana. Así, contemplamos el presente como una representación de las aspiraciones más insobornables. El disparo certero al ovillo de la conciencia. En ella se explicita nuestra hechura que o se cumple o nos abate. Y cumpliéndose, nos entrega lo perfecto en lo imperfecto, el origen en lo creado. Rápido como un instante y demorado como una eternidad. El dominio de la velocidad que nos es propio, para conciliar esta inflexión en la que transcurrimos.